11/9/18

Ángela y Aitor

Ángela no podía más. Llevaba muchos días callando y tenía mucho que decir.

— ¿Se puede saber qué demonios he hecho para que estés así conmigo? Estoy harta de tus cambios de humor. O bien rebosas simpatía o no me diriges la palabra y ni me miras siquiera. Si he hecho algo... o he dicho algo que te haya molestado, sólo dímelo. No quiero perder nuestra amistad.

Aitor no contesta.

— Lo siento —  pidió ella.

— ¿Que lo sientes? ¿No dices que no sabes qué me pasa?


— ¡Y no lo sé! — exclamó desesperada —. Pero esperaba que pudieras decírmelo tú. No sé qué cruel acto he cometido como para que no quieras saber nada de mí en ciertas ocasiones. Pero lo siento, sea lo que sea. Me tragaré mi orgullo y asumiré lo que quiera que haya hecho. Aitor, no es mi intención hacerle daño a nadie...y a ti menos.

— ¿No lo ves? ¿No te das cuenta todavía?

— ¿De qué?

— ¡Me duele oírte hablar de esa manera! — exclamó desesperado.

— ¡No sé a qué te refieres! ¡Te lo juro! — ella parecía más desesperada que él en su respuesta.

El bajón de Ángela fue descomunal.

— Sigues sin entenderlo.

La conversación se había tornado confusa, sin un rumbo fijo. Al menos, ella no le encontraba el sentido. No entendía a dónde quería parar, ni la razón de la misma. No importaba cuántas vueltas diera la conversación, ella seguía sin comprender la reacción de Aitor. ¡Para él era tan obvio! Pero para ella...

— Lo sientes de verdad... y realmente no lo sabes... — dijo sorprendido.

— ¡Y tú lo dices como si fuera evidente!

— ¡Es que es evidente! Es evidente para el resto del mundo, para todos los que nos conocen y los que no. ¡Me lo han dicho todos! ¡Todos! Parece que la única que no se ha dado cuenta eres tú.

— ¿De qué?

— ¡De que te quiero, joder!

Ángela se quedó impactada. No supo qué sentía cuando oyó aquellas palabras, pero no pudo asimilarlas. Se le atragantaron. Eran demasiado importantes viniendo de él. Se miraron fijamente. Desde el fondo de su ser había estado soñando con oír aquellas palabras, pero no creyó que jamás saliese de su boca. Él era el típico tipo que no se enamorada nunca, que desechaba a las mujeres como pañuelos de papel. Era un Don Juan inalcanzable, el soltero de oro por excelencia...

— Pero... yo no... no entiendo.. Antes, ¿por qué has actuado así? Con Rodrigo.

— Porque estoy celoso, Ángela. Me muero de celos cuando él se acerca a ti. No lo soporto. Te quiero sólo para mí.

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