Ruidos de chicas corriendo, pisando en el suelo con fuerza, golpes en las paredes. Seguidamente, sin acallar todavía los primeros, nuevos gritos resonaron por todo el orfanato, convirtiéndose en un griterío. Conforme salí de la habitación, no pude reprimir un gemido apesadumbrado. El pasillo estaba repleto de ranas que invadían, al parecer, todo el orfanato. Las chicas corrían de un lado a otro,
desorientadas, no sabiendo dónde esconderse.
El estallido era tal que me apresuré a bajar a la planta inferior, donde parecía que se habían dirigido todas las chicas. Sin embargo, una voz me paró en seco, tan miserablemente familiar que sentí repulsión.
Jesús.
—Dime una hora.
—¿Dónde estás, maldito? ¡Sé que esto es cosa tuya! — grité, furiosa.