11/12/15

La magia del atardecer



Estábamos sentados sobre el suelo de terrazo. La niña buscaba en las nubes formas parecidas a figuras reales. Daba palmas y reía con cada descubrimiento.

- Mira, mami. Ésa parece un barco.

La madre, tumbada sobre una hamaca y con los pies apoyados en los barrotes de la barandilla, apenas le hacía caso.

Contemplaba el triste y hermoso paisaje. El cielo mezclaba colores tan distintos como el azul - en varias tonalidades - el amarillo o el naranja, mientras las nubes y una resplandeciente media luna deseosa de que llegara la noche se mostraban firmes en sus posiciones. Una iglesia se elevaba por encima de la masa de casas antiguas.
Un pequeño rayo cayó en el horizonte, a lo lejos. Unas vallas de hierros y malla resguardaban un descampado desnudo de vegetación, tan sólo cubierto por tierra y un par de farolas que no parecían desempeñar bien su función. Los cables de la luz se alargaban de una calle a otra. Me imaginé como habría sido aquel lugar, las farolas apagadas, algún viandante por la calle, niños alegres jugando y el ladrido de algún perro.


Este texto forma parte del libro "Pensamientos desastrosos".
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