Pasaron los días, las semanas y los meses. Y cada día por la mañana, a la misma hora, durante la media hora libre que Jonathan tenía para disfrutar de su almuerzo, ambos jóvenes tenían su encuentro. La misma rutina. Al menos entre semana. Los fines de semana Jonathan, que normalmente era fiel a su rutina, volvió a romper sus esquemas. Hacía dos meses que habían empezado a salir oficialmente y en que Jonathan reducía el tiempo de salida con sus amigos para poder pasar tiempo también con Anabel, quien solía pasar algunas noches en el piso de su nuevo novio.
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