La princesa cambió la varita mágica por una espada.
La corona, por un yelmo.
Rasgó su vestido de seda para protegerse con una armadura.
No necesito carruaje tirado por caballos para emprender su camino.
Lo hizo con sus propios pies desnudos.
No esperó a que nadie trepara por la torre para rescatarla.
Se dijo a sí misma que podía hacerlo sola y sin ayuda de nadie.
Y salió del castillo para enfrentarse a sus dragones, que eran sus miedos.
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