2/7/16
El asesino de la universidad
Clara siempre se había considerado a sí misma como una persona desconfiada. Jamás sentía por nadie una confianza plena, pues descubrió esa cualidad de ella desde que supo que su padre había "asesinado" accidentalmente a su pez por olvidarse de darle de comer la semana que ella se hallaba en el campamento de verano con el que soñaba cada verano desde que cumplió 6 años. Entonces se dijo a sí misma que no podía fiarse de nadie, ni de sus padres. Habían enterrado a "Burbujas" bajo el césped del jardín, dentro de una caja de cerillas a la que ella había adherido pequeñas florecillas con ayuda de pegamento. Le había llorado durante otra semana entera, hasta que le compraron un pez nuevo. Que también murió, por cierto. No se sabe a ciencia cierta cómo. La pataleta y la llantina fue monumental. Tomó la drástica decisión de renunciar a las mascotas. No quería sufrir más.
Cuando cumplió 18 años y se vio obligada a mudarse a una residencia de estudiantes para poder estudiar en la universidad, decidió que pediría un doble candado en su habitación individual. Si hubiese pedido habitación compartida, quién hubiese podía asegurarle que no le tocaría una compañera gamberra y toca-narices que le raparía un lado del pelo, que le echaría agua en su cama para que creyeran que ella había sido la dueña de tal ordinariez o que le grabaría un vídeo mientras hablaba tonterías varias y sin sentido en sueños - cosa que sabía que hacía cada noche, según sus padres - y que lo subiría a las redes sociales para ridiculizarla. Sin embargo, a pesar de disfrutar del lujo de poseer una habitación para ella sola, sí que tenía que ir a clase con el resto de alumnos que, como Clara, esperaban con su carrera un futuro más prometedor a pesar de la crisis.
Y allí, sentada junto a ella, Clara conoció a Alicia, una chica con los cabellos cobrizos, la piel pálida como la nieve y unos enormes ojos marrones capaz de hipnotizar a cualquiera. No hubiera sido de extrañar que se hubiesen convertido en amigas inseparables y que sólo ansiaban o necesitaban la compañía de la otra sino fuese porque Alicia tenía novio. German se llamaba el susodicho. No parecía gran cosa. Clara no entendía qué poder atrayente podía poseer aquel chico de aspecto asustado y flacucho que escondía su avergonzada mirada detrás de unas enormes gafas de dioptrías infinitas.
La situación comenzó a complicarse cuando un estudiante de su residencia desapareció sin motivo aparente un lunes. La última vez que le habían visto fue ese mismo día a media mañana, flirteando con una alumna de bronceado perfecto y tinte de rubio platino en su cabello castaño natural. Al día siguiente desapareció otro y así sucesivamente hasta el viernes, que en el descanso de quien ha terminado su día estudiantil los alumnos no pudieron reprimir los gritos y el llanto. Cuando todos llegaron a la residencia vieron lo sucedido. Los cuatro individuos que habían desaparecido los días anteriores habían aparecido rodeados y bañados en su propia sangre, creando una grotesca y horripilante escena. El caos estalló y todo el mundo corrió a refugiarse a sus respectivas habitaciones. Clara no tuvo duda de que echaría el doble candado que había instalado a principios de curso, así como que bajaría todas las persianas y se aseguraría de que estaría todo cerrado y sin posibilidad de que nadie entrase en su guarida. Alicia estaba con ella en el momento en que sucedió. Clara nunca se fiaba de nadie, pero Alicia era especial. Habían conectado. Era su primera amiga, su única amiga. De ella sí podía fiarse. Justo cuando habían echado el doble candado, alguien llamó a su puerta. Todavía podían escucharse los gritos y llantos de los alumnos que correteaban por los pasillos, buscando sus propias habitaciones u otras ajenas en las que salvaguardarse.
- ¿Quién es? - preguntó Clara con voz temblorosa.
- ¡Soy German! ¡Por favor, abridme! El ala de los chicos está demasiado lejos.
Clara dudó. Dudó cuando se lo dijo, aún sabiendo que lo conocía, dudó cuando Alicia se lo suplicó y dudó cuando descorrió el doble candado y le dejó pasar. Nunca se fiaba de nadie. Nunca. Sólo Alicia parecía ser una excepción. Cuando él entró en su habitación individual se le hizo extraño. Ningún chico había estado ahí nunca. Alicia se abrazó a él y ella sintió una verdadera punzada de celos. No tenía sentimientos de amor hacía Alicia, no de amor de más que una amistad, pero sintió celos. Cerró los ojos para no presenciar la escena.
Entonces, en un momento de despiste en que no supo muy bien cómo reaccionar, Clara escuchó un pequeño gemido de dolor procedente de la garganta de Alicia. Cuando se dio la vuelta sólo pudo contemplar con horror cómo de los labios de su mejor amiga brotaba un líquido rojizo mientras presionaba sus manos sobre su vientre. Tardó un segundo en reparar en el afilado cuchillo - ahora lleno de la sangre de Alicia, quien se hallaba ya en el suelo - que agarraba firmemente German con su mano derecha. Él la contemplaba con su mirada vacía y transparente a la par que arrastraba el dedo pulgar de la mano que le quedaba libre por el manchado metal para llevárselo después a la boca. Después fijó su vista en Clara indiferentemente y sólo pudo sentir cómo la vida se le escapaba poco a poco cuando, después de unos intensos forcejeos, sintió el mismo final que su mejor amiga mientras sus gritos se perdían entre los pasillos del instituto.
No copies. Todos los textos de mi blog están registrados en SafeCreative.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario