
Recordó la humillación sentida cuando la rechazaron la primera vez que se presentó a un casting. Fue la excusa perfecta de sus más allegados para quitarle de la cabeza aquella idea absurda. Sin embargo, ella persistió en su intento. Valeria advirtió que con cada casting se sentía más y más segura. Comenzaron a darle papeles menores, personajes secundarios. Nadie sospechó nada, ni siquiera su novio, con quien vivía. Se las ingeniaba suficientemente bien para inventar coartadas e historias que él siempre creía.
Durante dos años consiguió llevar su doble vida secreta, camarera y actriz de teatro. Y llegó el día más soñado para ella: logró convertirse en la protagonista, el personaje más relevante en su carrera. Es entonces cuando su presencia fue más necesaria que en las anteriores obras y se vio en la obligación de inventar excusas y mentiras más elaboradas para explicar a su pareja sus ausencias. Patrañas como turnos más largos en el trabajo o quedadas con alguna amiga.