Elena estaba indignada con aquel nuevo comportamiento. Parecía un chico voluble y engreído, abismalmente diferente del muchacho vulnerable y compasivo que la había rescatado de la carretera. Sinceramente, ella hubiera preferido no volver a cruzarse nunca más en su camino. Mantener esa imagen impoluta e inmaculada de su ocasional salvador.
Reconocía que tenía un gran físico, eso la había llamado la atención en su primer encuentro. Sin embargo, aquello no bastaba para conquistarla. Elena no era una cabeza hueca que se pirraba por un cuerpo esculpido de gimnasio. Y sus tatuajes no la hacían sentirse intimidada como si de un "chico malo" se tratase.
<<¿Cómo ha dormido mi princesa del carruaje averiado?>>
Elena leyó el mensaje, desconociendo a su autor. Sin embargo, sin necesidad de más de un par de segundos, comprendió que se trataba de Sergio. Su superhéroe y potencial príncipe azul convertido en rana. El muchacho quien la había ayudado en la carretera cuando el motor de su coche había dicho "Basta" y cuya imagen idealizada se había volatilizado y convertido en añicos la noche anterior.
<<Bonito apodo. ¿Cuál es el tuyo?>>
<<Puedes elegir. Tengo cientos. Chico-cañón. Rompecorazones. Soltero de oro. Buenorro-macizo...>>
<<No me convence ninguno. ¿Qué tal éste? Imbécil y engreído que no se come una rosca.>>
<<Lo de imbécil-engreído te lo paso. Pero no estoy nada de acuerdo con la segunda parte.>>
<<Oh. ¿Así que ligas mucho?>>
<<Con sólo chasquear los dedos. A veces ni eso.>>
<<¿En serio? ¡Quién lo diría!>>
<<Los estoy chasqueando en este mismo instante.>>
<<Pues no te está dando resultado.>>
<<Ya lo veremos. Puede ir con efecto retardado. Pronuncio las palabras mágicas ahora y en un par de días eres mía. Tal vez, si tengo suerte, esta misma noche.>>
<<Sigue soñando.>>
<<Ya lo hago. Y espero que pronto se haga realidad.>>
<<Mira, paso de perder el tiempo hablando contigo. Mil gracias por ayudarme el día de la carretera. Pero no veo que seas mi tipo ni que me estés cayendo precisamente bien. Tengo cosas MÁS importantes qué hacer.>>
Como ayudar a su tía en la librería de la que era dueña desde hacía años. A Elena no le alcanzaba la memoria aquella época, ya que sólo tenía cuatro años.
Sabía que Sergio contestaría de nuevo a su mensaje, pero ella ya se sentía bastante decepcionada con el tipo de persona que él parecía ser. No poseía ánimos suficientes para seguir leyendo semejante palabrería. A Elena siempre le habían repelido esta clase de chicos: presumidos, chulos, inmaduros y ligones. Y si algo tenía bien claro es que no malgastaría su tiempo con uno de ellos.
Activó la opción insonora del teléfono móvil y lo colocó sobre su mesilla de nuevo, ésta vez con la pantalla bocaabajo para no ver brillar el botón que la avisaba de un nuevo mensaje.
Se vistió con una camiseta negra, unos pitillos vaqueros de color azul y sus ya típicas zapatillas de lona. Una diadema negra se mezclaba con su cabello en un moño simple. Su desayuno se componía de un vaso de leche y unas tostadas antes de poner rumbo a su trabajo.
***
Elena se hallaba ordenando las nuevas entregas en el laberinto de libros que formaban la librería y colocando sobre un llamativo stand un nuevo libro titulado "Durmiendo con el Mal", una historia sobre una chica que se ve involucrada en un mundo repleto de demonios mientras intenta descubrir sus orígenes y quién fue su familia.
Se le cortó la respiración durante buena milésima de segundo cuando se dio media vuelta. Sergio, con sus brillantes y dorados cabellos se hallaba hojeando un libro en una estantería cercana. No levantó la mirada hacia ella, así que supuso que estaba allí por pura casualidad y no la había visto. Elena hizo ademán de dirigirse hacia otra labor sin llamar la atención del engreído muchacho cuando él, sin levantar la vista del libro que parecía captar toda su atención, le preguntó:
— ¿No te vas a dignar siquiera a saludarme?
Elena se quedó petrificada y cesó su marcha. Entonces, reparó en que Sergio por fin la miraba. Sostenía entre sus manos un ejemplar de "Leyendas" de Gustavo Adolfo Becquer. La observaba con unos ojos que fingían ser inocentes pero con un atisbo de burla pintada en la comisura de sus labios. Se estaba aguantando la risa.
— Hola — contestó Elena, intentando mostrarse irónicamente simpática. Sergio ensanchó su sonrisa, mostrando su dentadura al completo.
— No has leído mi último mensaje. No aparecen los "palitos azules". A pesar de que he contestado enseguida.
— No me apetecía seguir leyendo gilipolleces.
— No deberías decir palabrotas y tacos en una librería. Da mala imagen a los clientes — dijo con presunción.
— En eso lleva toda la razón — La tía de Elena apareció de la nada, con reproche —. ¿Quién es este chico tan guapo y simpático amante de las leyendas de Becquer? ¿Tu novio?
Elena rompió a reír tan fuerte que creía que se le escaparía un pulmón por la boca, mientras que su tía la miraba incrédula igual que si le hubiera preguntado si se apuntaría como trapecista a un circo. Por otro lado, Sergio contestaba:
— No...todavía.
— Uuh, no todavía, ¿eh? Estoy delante de algo importante — susurró cómplice su tía con mucha malicia y satisfacción mientras se alejaba de ellos. No le había dicho nada de que siguiera con su trabajo sin distracciones, así que supuso que estaba emocionada por su posible relación con Sergio. Cosa que no ocurriría nunca.
— Le caigo bien. Me estoy ganando a la familia.
Elena sintió que se estaba riendo de ella. La observaba con aquella sonrisa estúpida mientras ella lo taladraba con una mirada iracunda y resentida.
— ¿Me recomiendas este libro? — Era uno de los libros favoritos de Elena. Lo había leído de forma obligatoria, pero gustosamente, para un trabajo del instituto.
— Por supuesto. Soy capaz de recomendarte cualquier libro con tal de que lo compres y me dejes en paz.
Otra vez esa sonrisa burlona que sacada de quicio a Elena.
— Es... para un regalo. ¿Es posible que me lo envuelvas con un papel bonito? Eso sí, me gustaría escribir una dedicatoria antes.
— Claro — masculló satisfecha de poder, al fin, librarse de él.
Se dirigieron juntos hacia el mostrador. Elena se mostraba irritada mientras que Sergio no abandonaba esa expresión burlona que a ella tanto le crispaba. No podía desembarazarse de la sensación de que se estaba riendo de ella. Él cogió prestado el primer bolígrafo que tuvo a mano y escribió un par de líneas sobre la primera página, justo debajo del título, lo cerró y se lo devolvió a Elena para que lo cubriera en papel de regalo mientras que él introducía la mano en sus pantalones y sacaba un billete para pagar.
Hicieron el intercambio. Elena entregó en mano el libro, cubierto de un papel de colores llamativos con motivos plateados, acompañado de una piruleta y una cinta de raso. Elena alcanzó una bolsa de plástico en que introduzco el libro. Sin embargo, Sergio la reclinó con la mano.
— No es necesario.
— Así estará más protegido hasta que llegue a su destino.
— En realidad...ya ha llegado a su destino.
— ¿Perdón?
— Para ti. Por la mala impresión que te causé anoche — Miró de un lado para otro, calibrando si alguien podía oírnos o no — Tu tía no para de mirarnos. Creo que es mejor que te deje trabajar.
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