9/7/18

Cruce de destinos. Capítulo 17



Las primeras impresiones son importantes. Y a Valentina, la impresión que le dio Alonso, el hermano de Sergio, no fue precisamente buena. Ya tenía una idea preconcebida de él. Había sido capaz de traicionar a su hermano por una mujer cualquiera por un simple revolcón.

Físicamente se parecía a Sergio: era alto, desgarbado, de cabellos dorados y ojos de zafiro. Sin embargo, las ropas eran muy diferentes. Mientras que Sergio vestía ropas oscuras, holgadas, de estampados militares y de bandas de rock, su hermano parecía haber salido de la mismísima Casa Real. Solía calzar zapatos de charol o carísimas zapatillas de deporte de las mejores marcas, así como polos y jerseys que marcaban sus músculos - sin tatuajes - y le hacían parecer un modelo profesional de pasarela. Un tremendo escalofrío la recorrió todo el cuerpo cuando, en un momento dado, él la miró intensamente y le sonrió de forma conquistadora. Ella entendió aquello como un simple instinto de cazador y nada más, no creyó que el asunto pudiera llegar más lejos. Se dio cuenta de lo equivocada que estaba cuando, después de lavarse las manos, al ir a salir del baño, él se lo impidió y la empujó nuevamente hacia dentro, arrinconándola contra la pared.

—Sé que estás con mi hermano. Así que no te pido que te acuestes conmigo, me conformo con un beso — le pidió Hugo.

—No puedo. ¿Estás loco? ¿De qué demonios vas? No te conozco de nada, ni siquiera nos han presentado.

-Me llamo Hugo – dijo él, mostrando una perfecta dentadura.

-Me da igual cómo te llames, sinceramente. No me voy a liar contigo, obviamente.

—¿Por qué? Sergio no se va a enterar.

—Lo sé, pero caería sobre mi conciencia. Porque yo le quiero.

—Por favor — suplicó —. Te haré muy feliz durante unos minutos.

Elena se quedó callada. Quizás creyó que dudaba a su proposición, pero solamente sopesaba las palabras con las que mandarle a la mierda.

—¡Elena! — oyeron gritar a Sergio, antes de que Elena hubiese abierto la boca.

—Tu novio te llama — dijo. Diciendo esto, apartó las manos de la puerta y se alejó para que pudiera irse. Salió del baño y vio a Sergio, que todavía seguía buscándola, Hugo salió tras de ella.

—¿Has estado metido en el baño todo el tiempo con él? No he parado de llamarte y… — su cara se quedó blanca —. ¿Qué habéis estado haciendo los dos ahí? No, mejor no quiero saberlo.

Sergio se separó de Elena. Una idea equivocada se había formado en su cabeza.

—No ha pasado nada. No es lo que crees. Tranquilízate, Sergio. Sólo estábamos hablando — contestó ella con voz temblorosa ante su tono. Vi cómo se le nublaban los ojos.

—Habéis estado todo el maldito rato juntos, metidos ahí...

—Sergio — habló Hugo—. No ha pasado nada, créeme. Yo he encerrado a Elena en el baño. Ha admitido que sólo te desea a ti. Fin de la historia.

Hizo ademán de marcharse, pero cuando estaba a punto de salir por la puerta y exponerse a la luz de las estrellas, se dio media vuelta y dirigiéndose a Sergio, dijo:

—Lo siento mucho.

—¿Por qué? ¿Por haber ido tras mi chica y haberla puesto contra la espada y la pared con el propósito de descubrir si había posibilidades de que me pusiera los cuernos? — espetó duramente. Hugo tardó un minuto en responder:

—Sí, supongo que sí.

—Parece mentira que seas mi hermano. No parece que seas capaz de respetar nuestro parentesco, ni con esas me puedo fiar de ti.

—Lo siento mucho – repitió.

—Sergio, siento que te hayas confundido. Yo jamás sería capaz…

—Perdóname tú por haber dudado de ti — y la abrazó, con mucha fuerza —. Simplemente yo... estoy histérico de que me vuelva a pasar lo mismo. Creo que soy idiota. No debemos dudar el uno del otro. ¡Es ridículo! ¡Nos queremos!

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