Elena no quería sentirse demasiado fuera de lugar, así que consultó a Sergio y sus amigos si su amiga Natalia también podía apuntarse a las casas rurales. Elena se percató — aunque no era muy difícil — de cómo Marcos, un amigo de Sergio, intentaba flirtear torpemente aunque con éxito con Natalia. Y ella parecía corresponderle por las risas tímidas y las miradas cómplices, ese apartar la mirada y sonrojarse a la mínima de cambio siempre que él andaba cerca.
Pero había un problema no previsto: Irene — una amiga en común de Sergio y Aarón — competía con Natalia por la atención de Marcos. Esto era desconocido para todos, por eso Natalia no se lo esperó cuando Irene, llena de celos, se dispuso a cantarle las cuarenta una noche:
—Aléjate de Marcos.
—Ni hablar. Yo le gusto — dijo decidida.
—¿No vas a ceder ni un ápice? — espetó burlona.
—No.
—Tú lo has querido —dijo con aire amenazador.
Esa misma noche, Elena buscó a su amiga para pasar un rato juntas antes de dormir. Se la encontró en un rincón de su habitación, llorando, los ojos enrojecidos e hinchados. Y lo peor: cubierta de moratones y arañazos.
— Dios mío, ¿qué te ha pasado? — gritó Elena alarmada.
—Me he caído.
—No es cierto, estas marcas no tienen pinta de una caída… parecen de… ¿Quién ha sido?
—Nadie, me he caído — repetía como un loro. Tenía miedo.
—Dímelo. Puedes decírmelo.
Alguien tocó a la puerta de su habitación. Era Marcos.
—Lárgate, por favor, no te acerques a mí… si nos ve juntos la próxima vez no sé qué me hará — Natalia temblaba de miedo.
—¿Eres tú el que le está pegando? Natalia tiene marcas y moratones — preguntó Elena.
—No, yo no lo sabía. Además, yo nunca le haría daño.
—¿Y quién demonios ha sido? Natalia, dímelo — volvió a preguntar Elena.
—Nadie va a hacerte daño — prometió Marcos.
—¿Seguro? — preguntó con miedo.
— Seguro. Mira, Natalia. Me gustas y no dejaría que nadie te hiciera nada.
Se arrodilló junto a ella en el suelo, la subió a su regazo y le dio un casto beso en la frente. Elena decidió irse de allí. Tal vez podrían pasar la noche juntos, aunque solo fuera consolándola.
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