Bajo el vital y caluroso sol se encontraba una ciudad llena de vitalidad y alegría, cubierta por miles de colores. Unas mujeres regando las plantas y flores de su balcón, padres y madres recogen del colegio
a sus pequeños reyes de la casa, seguramente habiendo celebrado una fiesta de despedida y fin de curso con sus compañeros de clase y sus profesores. Eran señales y evidencias de que el verano acababa de empezar.
Tumbada sobre el césped áspero y húmedo a causa del correr aquí y allá de las personas recién salidas de la piscina. Las moscas revoloteaban buscando una presa, posándose e incordiando a a todo aquel que encontraban. Los gritos de felicidad era evidentes, procedentes de aquellos que jugaban dentro del agua. Las hormigas trepaban por las ramas de los árboles. El aroma húmedo impregnaba el ambiente. Había decenas de montones de pertenencias compuestos básicamente por toallas, mochilas, calzado y neveras. De pronto reparé en una pequeña araña que estaba posada sobre mi sandalia. Arranqué un trocito de papel y la maté, sintiéndome después, vagamente culpable.
Este texto forma parte del libro "Pensamientos desastrosos".
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