— ¿Cómo lo hiciste? — quiso saber el rey.
— ¿Umm?
— ¿Cómo lo preparaste todo para fingir tu muerte?
— Monté toda la escena del crimen sola. Sin embargo, había gente a quien le confié el secreto. No te lo contaré, por supuesto. No quiero que caigan represalias sobre ellos. Tenía la esperanza de que cuando no me vierais llegar al altar, me buscaríais. Y, entonces, se descubriese todo el montaje. Hice jirones el vestido de novia y clavé algunos de ellos en las ramas y las rocas más puntiagudas. El día anterior alguien me había ayudado a desangrar un cordero de la cocina, de los que acababan de matar para cocinar para el banquete nupcial. Derramé la sangre por el lugar para que creyeran que era mía....
El rey miró a su hija conmocionado. ¿Cómo había sido capaz de haber montado todo aquello? ¡Y con qué frialdad lo contaba! Entonces miró a su marido, que parecía ajeno a la historia. Comprendió que él ya lo sabía. Como ella le había confesado, no tenía secretos con aquel desgarbado muchacho.
De repente, reparó en que su hija se acariciaba su incipiente barriga. Estaba embarazada. Aquella princesa, obligada a comprometerse con un duque infame y cruel, arriesgó su integridad, rechazó su lujosa vida, se obligó a sí misma a vivir en un mundo que nada tenía que ver con aquel que la había visto crecer; y aun así lo prefirió, eligió aquella forma para que pudiera ver cómo crecía entre sus entrañas, una hermosa criatura nacida entre dos personas que se profesaban amor verdadero.
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