7/6/16

Cruce de destinos. Capítulo 6


No supo si ellos advirtieron cómo se le quebró la voz al decirles adiós. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas como un río desbordado conforme cerró la puerta tras ella. Anduvo horas hasta que llegó a la playa y, cuando la vio a lo lejos, corrió hacia ella, esperando encontrar consuelo en la arena y las olas nocturnas, ya que se había vuelto de noche. Se quitó los zapatos y, una vez se hubo relajado junto a un banco de piedra, Valentina comenzó a andar sobre el camino de madera que cruzaba la playa. Tiró el calzado y se adentró en el agua, sólo lo suficiente para mojarse los pies. Como si aquello pudiese relajarla de alguna forma. Como si así pudiese olvidar lo que había presenciado.

Pero no, no lo iba a olvidar.

Su corazón se acababa de romper. Eso no es algo que se pueda pasar por alto. Sí pasó por alto el hecho de que el agua le salpicaba como consecuencia de la brisa, pero poco le importaba mojarse la ropa. Le costaba respirar. Poco a poco, comenzó a sentirse demasiado expuesta, necesitó repentinamente esconderse del mundo. El puesto de los socorristas, ahora vacío, le pareció un buen escondite y lo escaló como buenamente pudo. Su torpeza natural no la ayudó mucho. Una vez terminado el esfuerzo, se acurrucó. Se abrazó las piernas, como si temiese romperse en pedazos. Al menos, así se sentía ella. Parecía estar hecha de cristal, su cuerpo unido únicamente por unos cuantos trozos de cinta adhesiva.

Sintió que la madera se movía, como un terremoto, hasta que se dio cuenta de que era ella la que temblaba. Qué ironía.

¡Qué estúpida había sido!

¿Cómo podía haberse hecho ilusiones de aquella manera? En aquellos momentos, una vez que había visto a Aarón en brazos de otra, se daba cuenta de su error, de lo idiota que había sido. Creía que él sentía lo mismo. Pero no. Al igual que de niños, él siempre preferiría a otras por encima de ella. Él era perfecto y ella, un completo desastre. Él era increíblemente guapo, poseía esa mirada penetrante capaz de intimidarte, a la misma vez que su sonrisa le hacía mostrarse simpático, con sus bromas y chulerías. No era creído ni maleducado ni se creía superior a los demás por ninguna de las mil virtudes que poseía. Ella era tan torpe, tan desastrosa. Era tan tímida que le costaba hablar con cualquiera que no fuese de su confianza, incluso pedir la hora o decir "hola" eran retos para ella. Los moratones siempre le cubrían las piernas de tantas veces que tropezaba o se golpeaba al andar. No se consideraba guapa ni hermosa y, desde luego, al ser vergonzosa, no se podía decir de ella que fuera simpática. No poseía un impresionante cuerpo como el que le había visto a esa chica y un fino y apretado vestido no la haría parecer mas que una silueta sin forma.

Se sentía desolada y hundida. Le quería. Lo sabía segura desde hacía años. Si hubiera habido algún rastro de duda, en aquellos momentos era imposible no verlo. Le dolía. Sentía su alma partida. Estaba claro que ambos sentimientos no eran los mismos. Ahora le sentía como si fuese superior a ella de las mil formas que podría serlo. En cualquiera de los sentidos. No estaba comportándose de una forma exagerada, claro que no. En aquellos momentos de angustia fue cuando comprendió el gran abismo que los separaba. Cómo podía haber esperado otra cosa de él.

Podía oír y sentir su teléfono móvil, vibrando en su bolso, mas no hizo caso alguno de él. Aarón era el único que tenía su número de teléfono. Por fin habría reaccionado y desearía saber dónde se hallaba. Pero no podía, necesitaba estar sola. No podía mostrarle lo débil que se sentía. Sin hablar con nadie, alejada del mundo. Ésa era su rutina: cuando la tristeza la amenazaba con aplastarla, huía del mundo para que nadie más que ella fuera presente de su dolor. Pasaron horas y horas, Valentina perdió la noción del tiempo y no sabría decir cuánto.

Tal vez debería volver, pensó. Que sepa que estoy bien.

Puede que le rompiera el corazón, pero la había ayudado a llegar a España, al fin y al cabo. Y así quiso hacerlo. Bajó de su escondite y se dirigió hacia la pasarela de madera. Andaba despistada, todavía metida en sus pensamientos, por lo que no se dio cuenta de que una figura se encontraba al final del camino.

Lo reconoció al instante.

Era él.

Aarón.


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