— ¡Ey, chicos! — gritó Elena una vez hubo localizado a sus amigos entre la masa de gente que había a su alrededor.
— ¡Has venido! Cuando me has mandado el mensaje creía que se trataba de una broma.
— Sí, yo tampoco me lo creo todavía. Iba a venir andando, pero mi tío se ha presentado voluntario para pagarme un taxi.
— Buenas noches, Elena. Estás realmente... ¡guau! — exclamó Felipe.
— Hola, Felipe — masculló Elena, sin mucho entusiasmo —. ¿Nuria y Juan no han venido?
— No, hoy se han tomado el día libre para descansar de nosotros y disfrutar entre ellos. Ya sabemos lo que eso implica. Por cierto, hemos conocido a unas cuantas personas muy interesantes antes de que tú llegaras — dijo Cristina pícaramente —. Personas consideradas populares.
— Qué bien — musitó Elena sarcásticamente. No le gustaba conocer gente nueva y menos que fuera popular, ya que, de una forma u otra, siempre acababan metidos en líos por culpa de dichas personas. Sin embargo, Natalia nunca tiraba la toalla en ese aspecto.
— ¡Oh, venga! No te pongas así. ¡Hay chicos guapísimos por aquí a los que hincarles el diente! — me dijo en tono confidencial.
— Mira quien está dando la lata otra vez — comentó sarcásticamente Rubén. Le estrechó la mano amistosamente a un chico rubio, alto y de ojos azules que Elena reconoció enseguida.
Él también la reconoció al instante. Era el chico que la había socorrido cuando su coche la dejó tirada en medio de la carretera.
— ¡Qué planes tiene la vida preparados para nosotros! Somos como peones de ajedrez. ¿Casualidad o destino? — exclamó Sergio.
Los amigos de Elena se miraron, sin comprender. Luego, fijaron en ella sus miradas llenas de interrogantes —. ¿Qué ocurre, Elena?
— Es el chico que llamó a la grúa la noche del concierto.
— ¡Qué guay! — gritó efusivamente Natalia —. ¡Sergio, eres un héroe!
Elena escuchó su nombre por primera vez. Aquella noche no se habían presentado.
— Cosas de la vida, sí, señor. Nadie sabe a ciencia cierta si es Dios, el karma, el destino o el qué. Yo me largo de mi propia fiesta, cosa que no hubiera hecho si el cerdo de mi hermano no me hubiera robado a la chica. A ti se te estropea el coche, suponiendo que pasaste la revisión — la miró inquisitivamente y ella asintió con la cabeza —. Nuestros caminos se cruzan y un año después se vuelven a unir. Tus amigos me han dicho — sin saber que eras tú — que no podías venir por no se qué de tu familia. Sin embargo, has venido. Y yo tendría que estar hecho polvo en mi cama después de un montón de ilegales horas de trabajo, pero resulta que, con la crisis, ayer me despidieron y por ese motivo he podido venir.
Los amigos de Elena parecían contemplarlo como un Dios. El discurso los había dejado impresionados. Cosa que no pasó con Elena, cuya primera impresión sobre aquel chico se resquebrajaba en mil pedazos.
— Te debo una, eso está claro — le dijo ella sin mucho entusiasmo.
— Claro que sí. Si no fuese por mí, ¿quién te hubiera recogido? Y no, no te hubiera recogido otro coche, todavía estarías allí y, después de un año, hambrienta.
Natalia y los demás soltaron unas risitas. Genial. Aquel muchacho era el típico guaperas que iba de gracioso por la vida, ganándose a los demás con bromas estúpidas. Elena pensó que hubiese sido mejor no volver a verle y preservar el recuerdo de un chico amable y vulnerable que le contó sus penas en su momento de debilidad. Sergio siguió con su mofa.
— Nadie hubiese aparecido por allí. Sí, cierto, alguien hubiese denunciado tu desaparición. Pero hay jabalíes por aquella zona. Te hubiesen comido.
— Estás de broma — masculló Elena.
— Nooo — Todos volvieron a reírse.
Todos vimos como una chica le hizo señas con la mano para pedirle que acudiera a su lado.
— ¡Luego voy, Verónica! Llama a Aarón y dile que después nos reunimos.
Entonces, se dirigió a ella:
— Elena, ¿verdad?
— Sí, Elena — le confimó ella su nombre.
— ¿Sabes qué, Elena? Pienso que estaba destinado a salvarte antes de que un jabalí hambriento y furioso te devorase. Y te preguntarás: "¿Por qué no nos atacaron?". Pues porque únicamente atacan cuando hay una hembra cerca, es decir, tú, porque lo detectan. Pero en aquel caso estabas conmigo, un macho, y no pudieron detectarte. Y en caso de que te detectaran no se atreverían a acercarse a ti porque olieron mi presencia. Así que me debes dos, una por llamar a la grúa y otra por hacerte de escudo contra los jabalíes.
Súbitamente, tanto Sergio como los amigos de Elena rompieron a reír y dar estúpidas palmadas. Ella lo miró, completamente furiosa. Hoy le parecía tan distinto de aquella primera vez. Otra persona.
— Oye, nosotros... nos vamos a dar una vuelta más por la sala, ¿vale? — se excusaron para dejarlos solos. Elena vio cómo Cristina posaba su mano sobre la de Sergio, y se dio cuenta que le había entregado algo que no acertó a ver.
— No os vayáis. ¿Vais a dejarme sola con él? — preguntó Elena, pasando de las indirectas.
— ¿Por qué? ¿Acaso te doy miedo? — preguntó él, divertido.
— No, pero no me gustan tus bromas. Me pones nerviosa.
— ¿En plan bien o en plan mal?
— En plan mal. Creo que es mejor que te pague el favor.
Sergio se quedó pensativo.
— Me parece genial. Me voy a guardar el derecho a pedirte un favor. Creo en el destino. Puede que nos volvamos a ver y te necesite. Si te cobro ahora el favor por una tontería, no me ayudarás en el momento en que te necesite. Si nos hemos reencontrado una vez, es que estamos predestinados a encontrarnos. La vida es una sorpresa, además de un regalo.
— No sabes si volveremos a ver algún día. No tenemos ningún tipo de contacto.
Él sonrió pícaramente.
— Ya lo creo que lo tenemos. Bueno, ¡yo lo tengo!
— ¿A qué te refieres?
— Tu amiga me ha dado desinteresadamente tu número de teléfono escrito en un trozo de papel. Adiós, guapa.
Y dicho esto, se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y dejó sola a Elena, que se quedó completamente avergonzada.
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