22/6/16

Cruce de destinos. Capítulo 8


No se había dado cuenta de que Aarón llevaba unos vaqueros rotos que a ella le encantaban, así como una camisa blanca que le hacía resaltar levemente los oscuros tatuajes de los brazos. Parecía cansado, fatigado. Su pelo rubio revuelto. Como si acabara de salir de un gimnasio o correr una maratón. Ella se sintió avergonzada. Por un segundo se quedó helada, no se movió de su sitio. Cuando reanudó su paso nuevamente, se sintió incapaz de mirarle. En vez de eso, se miró los pies descalzos dando un paso tras otro sobre la madera. Se dio cuenta que se había dejado olvidados los zapatos en la arena. Los interceptó con la mirada en la trayectoria de su eterno camino, así que cuando llegó a la altura, los cogió, calzándose nuevamente. Le pareció convertirse en un cristal, a punto de romperse. Parecía más real.

Mientras Valentina andaba, su cabeza parecía ir a mil por hora. ¿Qué decirle? ¿Cómo reaccionar? No sabía cuál era la mejor opción. Si salir corriendo, si besarle a pesar del rechazo, si abrazarle simplemente, si seguir caminando como si no le hubiera visto, si sonreírle y decirle que todo estaba bien, si echarle la bronca y pegarle una bofetada por darle falsas ilusiones. Estaba aturdida.

Finalmente, le miró a los ojos. La miraban con desesperación. Ella se perdió en su intensa mirada y no pensó en las palabras que diría a continuación. Simplemente, las soltó. Como un globo suelta todo su aire al explotar con el roce de un alfiler:

— No te preocupes por mí, Aarón. Todo está bien. No es necesario que te disculpes. Tienes derecho a hacer lo que quieras, incluso estar con otra. He sido una estúpida al creer que un chico como tú se fijaría en una chica como yo. Sé que las palabras son muy típicas, pero realmente no sé de qué otra forma expresarme. No sé porqué me extraña, si esta situación ya era así antes de marcharme a Londres. Tú me veías demasiado niña y salías con otras. Me cuesta verte aquí, frente a mí, y saber que nunca serás mío porque no sientes nada por mí. Porque tus sentimientos van dirigidos hacia otra persona. Jamás pensé que el amor pudiera doler tanto.

Entonces se dio cuenta del verdadero significado de sus propias palabras. Sin embargo, prosiguió:

— Pues sí, ya lo he dicho: te quiero. No es algo que pueda evitar, lo siento desde hace mucho tiempo. Desde niña. Claro que no tienes que estar conmigo. ¿Por qué ibas a hacerlo? Siempre has tenido a muchísimas chicas a tus pies, comiendo de tu mano y todas ellas perfectas. Años después vuelvo a reencontrarme contigo y la situación no ha cambiado un ápice.

No pudo seguir. Se dio la vuelta para impedir que el hombre al que amaba viese la velocidad con que corrían sus lágrimas. Ni un coche de carreras podría alcanzar aquel dolor líquido que ella sentía. No oyó nada tras de sí. Él podría haberse ido, aunque también podría ser que su llanto fuese tan fuerte que taponase todos los demás ruidos de su alrededor.

Entonces, sintió un cálido abrazo a su alrededor. Le parecía imposible. Pero podía sentir su perfume y confirmarlo. Tal vez su motivo fuese la pena. Y no había más que le doliese a ella que le tuvieran pena. Ella, que había sido una luchadora toda su vida. Independiente. Fuerte. La obligó dulcemente a darse la vuelta para estar frente a frente. Jamás en su vida le había tenido tan cerca. Podía sentir en su rostro su suave y fresco aliento, mientras ella se sentía morir en vida.

No había nada en aquellos momentos que Valentina deseara más que huir. Sí, huir. Era una acción de cobardes pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Aquella situación no tenía ni pies ni cabeza. Aarón, el hombre que amaba, rodeándola con sus brazos, por simple pena, sabiendo que él nunca la amaría del modo que ella lo hacía. En cuanto Aarón la soltase, ella se rompería en pedazos. Pero aquel momento no podía alargarse por más tiempo.

Entonces, tuvo que enfrentarse a él. Le daba miedo.

Y entonces, sucedió.

La besó.

Sus labios se juntaron. Al principio, fue un pequeño roce, luego, la pasión los envolvió a ambos en una burbuja.

Sin embargo, el teléfono móvil de Aarón comenzó a sonar. Era Sara.

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